Fuente: BBC.- El diseñador Manuel Cuevas lleva más de 70 años en la industria -él diría arte- de la confección; diseñando, cortando y cosiendo atuendos personalizados, no sólo a la medida del cuerpo de sus clientes, sino a la medida de sus personalidades, las cuales estudia para infundirlas en sus creaciones.

Su estilo es no seguir la moda, nada que se parezca a lo que se ve en las pasarelas, ni en las tiendas de alta costura, ni lo que se encuentra en las perchas de ropa lista para usar (pret-a-porter).

«Las tiendas tienen la misma moda», explicó Manuel a BBC News Mundo. «La moda siempre ha sido igual, todo el mundo viste como soldados en las calles».

Sus atuendos -que incluyen chamarras, sacos, chalecos, pantalones, sombreros, cinturones, botas, guantes y demás accesorios- se destacan por su combinación de colores llamativos, cortes atrevidos, materiales diversos, con encajes, bordados, piedras de fantasía, apliques, decorados variados y cualquier cosa que se le venga a la cabeza.

«Yo hago un estilo que es único en un traje», afirma. «Le cambio cuellos, le cambio colores, le cambio estilo. Como corto uno no corto otro. Cada traje es individual».

Su amor por la sastrería empezó desde muy chico, en su natal municipalidad de Coalcomán, Michoacán, México. Según Manuel, hacía su propia ropa desde los siete años. «Yo nunca traía una camisa igual que la otra o un pantalón igual que el otro».

Entrando en la adolescencia, como a los 13 años, empezó a notar «ausencia de estilo» en los vestidos de bodas, de las quinceañeras y de la gente que se graduaba de los colegios y las universidades.

«Las mujeres, que son las que marcan la moda en todas las épocas, siempre usaban lo mismo, vestiditas de blanco. Y los hombres en trajecitos negros clásicos de escribanos… ropa muy desabrida para mí».

Su hermano mayor, que tenía una sastrería en Coalcomán le dijo un día: «En lugar de estar allá mirando, deberías sentarte en una máquina y darle». Manuel asumió el reto, sorprendiendo con sus diseños inusuales, cambiando las formas y «revolucionando» los cortes.

Empezó a atraer una clientela, sobre todo de las mujeres que ya no querían regresar a los tradicionales trajes blancos. Consiguió unas máquinas y empezó un negocio propio, con un plantel de cinco costureras. El primer año confeccionó 77 vestidos, el siguiente 125.

Mucha de la admiración que recibía venía de gente interesada en la moda que le gustaba cómo él lucía y se vestía personalmente.

«‘Tú eres como muy distinguido en la forma de vestir, ¿porque no me haces unos pantalones como los que traes?'», recuerda que le pedían, pero el les decía; «Yo te hago unos pantalones como los que tú vas a traer, no como los que traigo yo».

Pero también estaba interesado en la lectura, en el aprendizaje y alardeaba entre su familia de ser el más estudioso. Se graduó en Psicología de la Universidad de Guadalajara, una disciplina que ha aplicado a su profesión con gran éxito.

Reconoce que es vanidoso y todos los años hacía una fiesta para sí mismo. A una de esas, invitó al cónsul de Estados Unidos quien le facilitó la manera de obtener un permiso de residencia en ese país del norte, la llamada «Green Card».

Fue así como en 1951 viajó a Los Ángeles, California, donde, después de trabajar en diferentes sastrerías fue referido a Sy Devore, un sastre de renombre con la mayor clientela de Hollywood, incluyendo el farandulero grupo conocido como el «Rat Pack», integrado por Frank Sinatra, Dean Martin y Sammy Davies Jr. «Era un montón de gente que se vestía con él y carísimo que les cobraba».

Su labor era hacer las pruebas a los clientes de los trajes que se iban cortando, entretenerlos y socializar con ellos, lo que implicaba también beber.

«Allí me tocó probar los trajes para Johnny Weissmuller -el Tarzán de mi niñez- de quien me acordé muchísimo. Pero yo no sabía quién era Frank Sinatra», reconoció. «Pero me dio una propina de US$1.000 y entonces me dije ‘tengo que aprender quién es este individuo'».

Fue así como abrió un taller privado y se dedicó a crear contactos y a aprender técnicas de modistas expertas como Viola Grae, la persona encargada de los disfraces de un espectacular y tradicional evento que se realiza todos los años nuevos en Pasadena, California, conocido como el Desfile de las Rosas (The Rose Parade).

De ella, Manuel aprendió a hacer bordados, que se volvieron un elemento clave en sus creaciones.

Su inspiración viene de varias vertientes. Primero de sus raíces, con influencia de los pueblos indígenas mexicanos, pero también norteamericanos y sudamericanos, la tradición del vaquero del lejano oeste y hasta de las culturas asiáticas, caribeñas y africanas.

«Recuerdo la primera vez que fui a África, qué bonitos colores. A la gente no le da miedo vestir de amarillo de rosa… me gusta ese estilo».

Algunos de los famosos vestidos por Manuel

De la industria musical:

Elvis Presley, Johnny Cash, Little Richard, Bob Dylan, The Beach Boys, The Beatles, The Rolling Stones, Sonny and Cher, Allman Brothers, The Greatful Dead, Linda Ronstadt, Dolly Parton, Emmylou Harris, Prince, Michael Jackson, ZZ Top, Elton John, Lady Gaga, y muchos más.

Del cine:

John Wayne, Gregory Peck, Clayton Moore (el Llanero Solitario), Marlon Brando, James Dean, Marilyn Monroe, Robert Taylor, James Arness, Burt Reynolds, David Cassidy, Robert Redford, John Travolta, Elsa Martinelli, Catherine Bach, Raquel Welch, Clint Eastwood, entre muchos otros.

Mandatarios y políticos:

Los presidentes de Estados Unidos Dwight D. Eisenhower, Lyndon B. Johnson, Ronald Reagan, George W. H. Bush. Además de dos presidentes mexicanos, varios reyes y reinas.

Gracias a Viola Grae, conoció a Edith Head, tal vez la más famosa diseñadora de la industria del cine, ganadora de ocho premios Oscar al Mejor Vestuario, el mayor número de estatuillas jamás acumuladas por un artista.

Esa fue su verdadera entrada al mundo de Hollywood y a la confección de vestuario para las estrellas.

«Aprendí muchísimo de ella. Me dijo: ‘Viste a las personas que al final de la película se estén besando, no a los que a los diez segundos los matan». Head lo recomendó para vestir al actor James Dean en la película «Gigante» de 1954, para quien diseñó unos vaqueros.

«Fue la primera vez que un artista de primera se vistió con denim (jeans). Fue así como (esos pantalones) agarraron tanta fuerza en el mundo», declara.

De ahí su carrera tomó vuelo, diseñando para actores de la talla de John Wayne y Marlon Brando, entre muchos otros.

Su estilo era particularmente compatible con los gustos de los cantantes de música Country en Estados Unidos, quizás influido por la estética del vestuario de los mariachis in México, cuyas borlas, encajes y brillantes han sido la inspiración de Manuel en trajes confeccionados para Johnny Cash, Glenn Campbell, Loretta Lynn y Dolly Parton, para mencionar algunos.

Y no se quedó sólo con los artistas de Country. Saltó al Pop y al Rock & Roll, con clientes como Elvis Presley, The Beach Boys, Bob Dylan, Neil Young, Prince, Jimi Hendrix y los grandes representantes de la invasión de rock británico The Beatles y The Rolling Stones.

Algunos de sus diseños pueden no haber sido más que un accesorio, pero han resultado icónicos e inseparables de la imagen de quien los lleva, como en antifaz que le diseñó a Clayton Moore, el protagonista de la original serie de TV «El llanero solitario», o el guante de brillantes que le hizo a Michael Jackson y que se convirtió en su sello distintivo el Rey del Pop. «Le hice como 60 pares», declara.

Otros son más complejos, como el conjunto de trajes mariachis que le diseñó a su amiga y cantante roquera Linda Ronstadt para las carátulas de sus discos y gira de conciertos de música mexicana «Canciones de mi padre».

La clave de su éxito está en la amistad que forja con sus clientes, una relación de doble vía que alimenta el proceso creativo y lo convierte en un ejercicio colaborativo.

A través de conversaciones los conoce a profundidad, trata de que se encuentren consigo mismos, de que expresen lo que quieren.

«Esto es como un dulcería para niños. Tú agarras lo que quieras… lo que quieras, no importa, todo se hace para mi clientela. Yo no soy el importante, son ellos», afirma.

A pesar de que se codea con las estrellas de la farándula, Manuel asegura que el 80% de su clientela no son artistas, «gente particular» como él las llama, aunque entre estas se encuentren deportistas, petroleros, mandatarios y políticos.

«He vestido a cuatro presidentes de Estados Unidos, dos presidentes de mi país, gobernadores, alcaldes, reyes y reinas», relata. «Vestí a Ronald Reagan, que fue un gran amigo mío».

Es curioso que estos personajes, generalmente conservadores y tradicionales estén atraídos por los extravagantes diseños de Manuel, pero él señala que «no te imaginas cómo son (ellos) en verdad».

La clave de su éxito está en la amistad que forja con sus clientes, una relación de doble vía que alimenta el proceso creativo y lo convierte en un ejercicio colaborativo.

A través de conversaciones los conoce a profundidad, trata de que se encuentren consigo mismos, de que expresen lo que quieren.

«Esto es como un dulcería para niños. Tú agarras lo que quieras… lo que quieras, no importa, todo se hace para mi clientela. Yo no soy el importante, son ellos», afirma.

A pesar de que se codea con las estrellas de la farándula, Manuel asegura que el 80% de su clientela no son artistas, «gente particular» como él las llama, aunque entre estas se encuentren deportistas, petroleros, mandatarios y políticos.

«He vestido a cuatro presidentes de Estados Unidos, dos presidentes de mi país, gobernadores, alcaldes, reyes y reinas», relata. «Vestí a Ronald Reagan, que fue un gran amigo mío».

Es curioso que estos personajes, generalmente conservadores y tradicionales estén atraídos por los extravagantes diseños de Manuel, pero él señala que «no te imaginas cómo son (ellos) en verdad».

Muchos de sus trajes se han expuesto en varias ciudades alrededor del mundo. Una exposición importante fue en 2016, en la ciudad de Liverpool, explorando la conexión de los mariachis con The Beatles.

Otros se encuentran en los restaurantes de la famosa cadena Hard Rock Café que están decorados con artículos de músicos populares.

Pero quizás la colección más llamativa y emblemática de este diseñador méxico-estadounidense sea la que él mismo conserva: 50 chamarras, una por cada estado de la Unión Americana, con sus motivos característicos, que duró 14 años confeccionando en honor al país que lo vio desarrollarse como un estilista y diseñador único. Ese es el legado que le gustaría dejar.

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