«¡No disparen contra los niños!». La hermana Ann Rose Nu Twang se arrodilla, extiende los brazos en cruz y suplica a las fuerzas birmanas.
En vano, ese mismo día, el 8 de marzo, tres manifestantes prodemocracia fueron abatidos. No se sabe con certeza de dónde procedían los tiros, pero la policía y el ejército no han dudado en usar munición real desde que empezó la insurrección pacífica contra el golpe de Estado que derrocó al gobierno civil de Aung San Suu Kyi, el 1 de febrero.
Este 8 de marzo, varios centenares de personas, sobre todo miembros de la etnia Kachin, toman las calles de Mytkyina (norte), escenario habitual de manifestaciones desde el golpe.
Entre los manifestantes se ve a numerosas birmanas dispuestas a conmemorar el Día Internacional de la Mujer. Pero a última hora de la mañana, el ambiente se degrada. La policía y el ejército lanzan gas lacrimógeno y granadas aturdidoras para intentar dispersar a la multitud, que replica tirando proyectiles.
A lo lejos, se oyen varias detonaciones. Los manifestantes se protegen tras unas barricadas levantadas a toda prisa con chapas, paneles de madera y ladrillos. Entre la multitud, vistiendo un hábito blanco, la monja Ann Rose Nu Twang, de 45 años, se acerca a las fuerzas de seguridad.
Se arrodilla y dos policías hacen lo mismo, juntando sus manos en señal de respeto por la religiosa. Otros, en cambio, permanecen indiferentes, según unas imágenes difundidas por un medio local, el Myitkyina News Journal. «Les supliqué que no dispararan […], que en lugar de ello me mataran a mí. Levanté las manos en señal de perdón», cuenta la monja a la AFP.