“El género de terror apunta hacia nuestros temores arquetípicos. Es posible notar a lo largo de la historia cómo las diferentes generaciones a su manera han definido el “terror” y en gran medida se ha transformado en la percepción de algo amenazante que no está al alcance de nuestro entendimiento”, explica el profesor Paul J. Patterson de la Universidad de San José, en Estados Unidos.

Una cuestión psicológica

No obstante, la pasión por ver películas de terror puede tratarse de un asunto más psicológico. Un experimento citado en la revista Journal of Consumer Research, descubrió que aunque las personas que participaron calificaron de forma similar sus niveles de miedo tras observar algunos videos de terrorpresentados en la prueba, los apasionados de este género de películas mostraron mayor felicidad que aquellos que no eran amantes de las películas de terror.

“En la vida real, la gente puede experimentar simultáneamente tanto tristeza y felicidad, como ansiedad y euforia. Las personas gozan de las emociones, aunque se deriven de fuentes negativas, si no fuese así, las cosas podrían resultar demasiado aburridas”, señala el guionista estadounidense y autor del estudio Joel Cohen de la Universidad de Florida.

¿Tiene que ver con nuestra personalidad?

Otros estudios, como el publicado por el psicólogo Marvin Zuckerman de la Universidad de Delaware, se enfocan hacia la búsqueda de emociones de acuerdo a la personalidad. Así, aquellos individuos que buscan elevar sus niveles de adrenalina son dados a elegir este tipo de filmes, pues tienen la necesidad de vivir experiencias extremas.

Estas prácticas suelen ir desde ver películas de terror hasta realizar actividades de puenting, parapente y paracaidismo.

Las sensaciones de excitación pueden continuar durante cierto tiempo luego de ver una película de terror, condición que es conocida como “proceso de transferencia de excitación“, en el que aún habiéndose terminado la cinta, persisten algunos procesos fisiológicos como respiración agitada, latidos del corazón acelerados y presión arterial alta, explica el profesor Glenn Sparks de la Universidad de Purdue (EE.UU.).

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