Ciudad de México.- En la jerga de Internet, el término troll o trol describe a una persona que publica mensajes provocadores, irrelevantes o fuera de tema, con la principal intención de molestar o provocar una respuesta emocional negativa entre los usuarios.
Su origen etimológico más probable evoca la idea de «morder el anzuelo» (trol es un tipo de pesca en inglés). Su popularización data de los inicios de los años 90 en el grupo de Usenet, alt.folklore.urban, donde se usaba «trolling for newbies» (trolear novatos) y consistía en una suerte de novatadas por parte de los veteranos hacia los usuarios nuevos.
Sin embargo, la idiosincrasia del troll ha cambiado mucho con el tiempo. Hay muchos tipos de trolls, pero fundamentalmente se ha bifurcado en dos ramas distintas:
• Está el troll gracioso que se parece más a su concepción original. Hace bromas críticas, frecuentemente sin fundamento, y molesta por diversión. Cabe la posibilidad de que incordie a una persona o colectivo en concreto más que a los demás (como los haters de una marca), pero lo normal es que baste con ignorarlo pues su intención principal suele ser llamar la atención y cambia de fijación constantemente.
• Por el otro lado está el troll hiriente y violento. Este practica lo conocido como ciberacoso, del término en inglés cyberbullying. Suele elegir colectivos sensibles como personajes mediáticos, mujeres, niños o adolescentes, personas con preferencias sexuales distintas a las suyas o de una etnia y religión determinada. Aquí es donde entra la verdadera agresión verbal, hostigamiento seleccionado, insultos de todo calibre e incluso amenazas de muerte. Un delito penal en algunos países.
Antonio Chacón Medina, dice en su libro «Una nueva cara de Internet: El acoso» que el perfil genérico del acosador es el de «una persona fría, con poco o ningún respeto por los demás, un depredador que puede esperar pacientemente conectado a la red, hasta que entabla contacto con alguien que le parece susceptible de molestar, y que disfruta persiguiendo a una persona determinada, ya tenga relación directa con ella o sea una completa desconocida, y muestra su poder dañando verbal y psicológicamente a esa persona».
El acosador puede combinar rasgos propios de un trastorno narcisista de la personalidad y de un psicópata. La mayoría de los modelos explicativos del comportamiento psicopático del acosador tienen en común la presencia en la raíz de su propia patología conocida vulgarmente como «complejo de inferioridad». La solución del hostigador consiste en lugar de elevar sus propios niveles de autoestima, en rebajar los de los demás hasta lograr dejarlos por debajo de los suyos. Con ello obtiene la compensación de quedar por encima de ellos mediante la ridiculización, la humillación o la hipercrítica sistemática de todo cuanto hacen o dicen.
Para entender un poco más qué ocurre en la cabeza de los trolls, Hipertextual ha contactado con Carolina Pallardó, socióloga. Nos explica que «este tipo de personas acosadoras se definen como trolls en Internet pero en «la vida de las relaciones físicas personales» (realidad offline), serían definidos como lo que son: personas machistas, homófobas, racistas…». Por lo tanto, Internet sólo les está dando una forma de expresarse con impunidad, un nombre generalizado y la opción de actuar en grupo.
Y continúa: «Además, en mi opinión, este perfil de acosadores se ven protegidos bajo el propio término, ya que dentro del grupo ‘troll’, el imaginario colectivo asocia diferentes perfiles de usuarios con diferentes niveles de acoso más o menos aceptado. El amplio concepto puede llegar a suavizar sus actos y generar opiniones del tipo «no es para tanto, sólo es un troll». Quizás ayudaría que dejáramos de llamarles trolls y les llamáramos por lo que son: machistas, homófobos, racistas o acosadores [dependiendo de su tipo de hostigamiento]».
«Los trolls llegan a disfrutar y sentirse plenos haciendo enfadar a los demás en Internet porque es una vía que les permite cumplir sus objetivos sin apenas riesgos. Las mismas actitudes realizadas en «la vida de las relaciones físicas personales» tienen altas probabilidades de ser rechazadas por la mayor parte de la sociedad, su voz llegaría a mucha menos audiencia y se juntarían únicamente con personas que, como ellos, tienen carencias emocionales y muchas inseguridades.
Para ir un poco más al centro de la cuestión, también hemos preguntado a Juan Ramón Barrada, profesor de Psicología en la Universidad de Zaragoza y coeditor de la web de divulgación Rasgo Latente, qué opina al respecto:
«Un troll, desde el punto de vista psicológico, es el «que construye la identidad de desear sinceramente formar parte del grupo en cuestión, pero cuya verdadera intención es causar molestias y/o despertar o exacerbar los conflictos únicamente para su propia diversión». Atendiendo a esta definición, hay varios estudios que relacionan el ‘troleo’ con la triada oscura. De hecho, se relaciona positivamente tanto con el disfrute del troleo, como con la identidad troll».
La triada oscura de la personalidad son tres rasgos de personalidad —psicopatía, maquiavelismo y narcisismo— diferenciables entre sí, pero que comparten altos niveles de insensibilidad emocional, impulsividad o tendencia a ser manipuladores. Recientemente, se ha ampliado con un cuarto componente, el sadismo, y ahora se habla de la Tétrada Oscura. Lo característico del sadismo es el disfrute con la crueldad (Paulhus, 2014). Parece ser que los trolls destacan, principalmente, por su alto nivel de sadismo (Buckels, Trapnell, Paulhus, 2014). En ocasiones las explicaciones, al menos en una primera aproximación, pueden ser más sencillas de lo que podía anticiparse: los trolls trolean porque se divierten con ello:.
«Un niño lanza el sonajero al suelo porque le gusta escuchar el sonido cuando cae y porque le gusta ver a sus padres recogerlo y hacerle caso. Un trol disfruta de ver a los demás saltar y saber que él es el causante de tales reacciones. En cierto sentido, un buen trol es una persona con altas habilidades sociales; no en el sentido que le damos habitualmente, pero sí en su capacidad para intervenir y controlar una conversación, si bien tras de sí deja tierra quemada. En estos contextos, para un trol que, por ejemplo en Twitter, el atacado le bloquee puede resultar un triunfo, ya que el agresor sabe que ha llevado al límite de la paciencia a una persona».
¿Por qué nos afectan?
Primero, puede ser bueno marcar diferencias también entre los receptores de sus ataques. No a todo el mundo le afectan por igual sus ataques. Aparte de variables psicológicas generales, no específicas de nuestra vida en Internet, que pueden explicar estas diferencias, como puede ser la estabilidad emocional, también puede ser relevante nuestro hábito en el uso de las redes sociales. A mayor uso más probable es que hayamos construido estrategias efectivas para hacer frente a ataques y más probable es que tengamos una red de apoyo que nos ayude a parar los golpes.
Pero las personas buscamos aceptación y reconocimiento en los demás y por esto siempre damos más importancia a las valoraciones negativas que a las positivas. Y nos afectan todavía en mayor medida si nos han recriminado delante de otras personas (en lugares públicos físicos o en lugares públicos de la red). Por muchas cosas buenas que te hayan pasado ese día un sólo comentario negativo puede que sea el responsable de no dejarte dormir en toda la noche.
Y nos afectan sus ataques porque son una ruptura de las reglas sociales básicas. La educación, los modales, son una especie de pegamento social. Cuando un trol se sale de estas normas nos deja descolocados por lo imprevisto, por lo gratuito («!pero si yo no he hecho nada para merecer esto¡») y por los efectos destructivos de estos comportamientos en el entorno.
Por último, estas personas tienen un problema y lo mejor que se puede hacer es no alimentar el problema. Como decía Hardaker, el ‘don’t feed the troll’ es lo mejor. (Información de Victoria Pérez/Hipertextual)