Celaya Gto.- Nat-Tha-Hi era su verdadero nombre según las crónicas; un asentamiento hñähñú (otomí) enclavado en el corazón de la tierra llana. Sus antiguos habitantes tuvieron que defenderse de los P’urhépechas y de los Chichimecas debido a las fronteras móviles tan recurrentes en la historia indígena nacional.
Celaya tiene sus primeras raíces culturales entre esos tres pueblos: el hñähñú, el p’urhépecha y el chichimeca; sin embargo, a ninguno de ellos se les otorga ese lugar tan importante en la historia de este municipio.
¿Por qué Celaya olvida, ignora o manipula sus raíces indígenas?
Esta semana el Consejo de Turismo de Celaya anunció La ruta “Otomí» como producto turístico innovador en Celaya y Comonfort; el titular de dicha dependencia informa que en tal recorrido visitarán el Jardín Principal, los templos del Carmen, San Francisco y Catedral, el Mausoleo a Francisco Eduardo Tresguerras y una visita al Templo del Barrio de Tierras Negras.
Lejos de alegrar la noticia, me parece una burla. El asimilar a un grupo indígena como “producto” demuestra el nulo conocimiento de sus raíces; los hñähñús han estado aquí desde hace cientos de años, no son algo “innovador” y que la ruta “otomí” esté enfocada al fervor católico en lugar del rescate de la espiritualidad o la vida diaria de este pueblo me parece mucho peor.
¿Dónde están los otomíes en esta ruta? ¿Los llevarán los guías a recorrer las calles adonde las mujeres siguen vendiendo sus muñecas y canastas para poder mal comer? ¿Los llevarán a los cerros a encontrar a los otomíes que cortan las hierbas medicinales que venden entre calles y mercados para poder alimentar a sus hijos? ¿La ruta mostrará el abandono y el rezago en el que viven aún en la actualidad? No. Esta ruta “ideada” por los consejos de Turismo de Comonfort y Celaya y la diócesis de este municipio tiene de “Otomí” solo el nombre; está diseñada para seguir sosteniendo la fe católica y llenar los bolsillos de las sacerdotes y los políticos, no para mantener o preservar la identidad un pueblo que ha estado aquí desde antes de su colonización espiritual.
La ruta “otomí” contempla las gorditas de queso y el atole como gastronomía de este pueblo y la elaboración de máscaras como muestra de su artesanía. ¿Están bromeando?
La gastronomía hñähñú es tan variada que en la Muestra Gastronómica de la comunidad de Santiago de Anaya -que se enfoca justamente en este pueblo y sus alimentos- se prepararon más de ochenta platillos distintos y ninguno de ellos contempla las gorditas de queso como alimento otomí.
En cuanto a sus artesanías, el pueblo hñähñú es experto en la elaboración de textiles, piezas tejidas con palma y fibra de maguey y ni hablar de sus clásicas muñecas artesanales. El pueblo otomí no hace cartonería, jamás lo ha hecho. ¿Por qué vender tan irresponsablemente una cultura sin tener el más mínimo conocimiento de la misma? ¿No sería mejor elevar la calidad de vida del pueblo hñähñú y darle un espacio real, digno y tangible en Celaya para que puedan mostrarse como lo que son?
En San Luis de la Paz se respira y se siente el orgullo chichimeca; no solo por el Festival cultural de la Toltequidad, también hay una reciprocidad en la gente. Muestras de arte urbano, museos, eventos culturales adonde se nota la presencia de este pueblo indígena. En Michoacán se palpa el orgullo p’urhépecha en cada rincón, en cada fiesta y en cada museo.
En Celaya no hay rastro de esto.
El Sistema Municipal de Arte y Cultura de Celaya cae en el mismo error; nadie aquí trabaja con los pueblos indígenas de la región en un ámbito personal ni cultural. Ayer todos estábamos listos para el homenaje cultural oaxaqueño con artistas traídos desde Villa de Zaachila en Oaxaca hasta que la falta de prevención de los organizadores de la institución, junto a la lluvia nos impidió disfrutar del evento. Cualquiera que viva en Celaya y tenga una pizca de sentido común sabría que estamos en un mes de lluvias y que lo más responsable era cambiar de lugar el evento del jardín principal a la casa de la cultura o el auditorio tres guerras; sin embargo, no lo hicieron porque la cultura no les importa, solo necesitan poder justificar sus gastos con los eventos; sea que se lleven a cabo por su negligencia o no.
Por otro lado, es casi imposible ver una muestra de arte hñähñú ni chichimeca en los actos culturales del SISMACC; no hay rastros de estos pueblos ni en los museos, ni en sus eventos, ni dentro de los bazares artesanales que se celebran de vez en cuando en el interior de la casa de la cultura.
El olvidar la importancia de los pueblos indígenas locales, no es un “desliz” estatal (afortunadamente) es una constate exclusiva de Celaya.
El Festival Nacional de Danzas Indígenas se celebra en Comonfort, el Festival Cultural de la Toltequidad se celebra en Mineral de Pozos, el Festival intercultural del ICL que se celebra en León apuntala sus eventos a los pueblos indígenas de la región más los de otros estados, lo mismo que el Festival de Eraitzicutzio en Irapuato.
Por último y no menos importante, el Festival Internacional Cervantino en Guanajuato Capital ha destacado la presencia de las culturas indígenas del bajío y del resto del país año con año.
El Sistema Municipal de Arte y Cultura de Celaya colocó en su página web esta semana un cartel que indica que en agosto se celebrará por primera vez en la historia el Festival de los pueblos indígenas, en el poster aparece el rostro de una indígena qom (de Argentina) junto a las letras “próximamente”
Solo espero que entre los eventos que realicen esos días tomen en consideración a los pueblos indígenas oriundos de Celaya; que los hñähñús y los chichimecas tengan foros abiertos en este evento para que no suceda en este Festival lo que pasa en otros lados y se venda la idea de “cultura indígena” modificando completamente su verdadera esencia o manipulando la imagen a conveniencia (como sucede con el poster)
Celaya se concibe a sí misma- consciente o inconscientemente- como un pueblo “independiente” de sus indígenas desde 1570 aun cuando es gracias a ellos que este municipio se fundó. Se le presta más cuidado y atención al escudo de armas de la ciudad que a los pueblos originarios del municipio; a ellos se les tiene en total abandono y descuido.
Es inconcebible que en la comitiva para la creación de la ruta “otomí” esté presente un cura católico, representantes gubernamentales de economía y turismo y ningún solo representante del pueblo indígena que le da el nombre al mentado proyecto.
De verdad es absurdo.
Paola Klug