Ciudad de México. Fuente: Infobae.- O.J. Simpson, la ex estrella del fútbol americano de la NFL quien en 1995 protagonizó como acusado el llamado “juicio del siglo” por los brutales asesinatos de su esposa y un amigo, murió este jueves a los 76 años. La confirmación del deceso de Simpson llegó a través de un mensaje de su familia en las redes sociales: “El 10 de abril, nuestro padre, Orenthal James Simpson, sucumbió a su batalla contra el cáncer”. Pero, ¿quién era O.J. Simpson? ¿qué ocurrió esa trágica noche de hace tres décadas y por qué el juicio fue un escándalo?
El akita inu – un perro grande, caro, muy del estilo de los residentes adinerados de Los Ángeles – ladra desesperado cerca de la medianoche del domingo 12 de junio de 1994. No se mueve de la entrada que da al jardín de la casa del 875 de South Bundy Drive. Un vecino, todavía levantado, sale de su casa para ver qué provoca semejante escándalo y lo ve. Conoce al animal, es el perro de su vecina Nicole Brown – la ex esposa de O.J. Simpson -, con quien suele intercambiar saludos a distancia. Cuando se acerca se da cuenta de que tiene las patas ensangrentadas. El hombre, alarmado y quizás asustado, no se atreve a entrar al jardín, en cambio corre hasta su casa –ha salido sin el celular– y llama a la policía.
A poca distancia hay otro cadáver, que más tarde se identificará como de Ronald Goldman, aspirante a actor y modelo ocasional que – a falta de mejores oportunidades – trabaja como mozo en el restaurante italiano Mezzaluna. Tiene 17 puñaladas en el cuerpo.
La escena del doble crimen se completa comuna gorra azul, un guante izquierdo Aris Isotoner extragrande y un sobre blanco que contiene unos anteojos.
La temperatura de los cuerpos les dirá a los forenses que todo ocurrió entre las 22.15 y las 22.40.
La policía no necesita hacer ninguna averiguación para saber que Nicole es la ex mujer del exjugador estrella de fútbol americano y también actor Orenthal James “O. J.” Simpson, que vive a cinco minutos de allí. La vida privada de los famosos de Los Ángeles no es un secreto para nadie.
La noche de O.J.
Alrededor de las 21 de ese 12 de junio, O.J. Simpson sale de su mansión, en el 360 de N. Rockingham Avenue, acompañado por un amigo, el actor Brian “Kato” Kaelin, que se está hospedando ocasionalmente allí. Comieron una hamburguesa en un local de Burger King y esperaron a otro hombre, identificado como “J.R.”, un dealer que suele proveerle metanfetaminas al ex futbolista. Según el testimonio de Kaelin, a las 21.45 regresan a la mansión y él se va a dormir a la casa de huéspedes mientras O.J. se queda solo en la casa principal.
A las 22.45, el chofer Allan Park detiene su limusina frente a la mansión de Simpson. La agencia de traslados para la que trabaja le ha encargado recoger a O.J. para llevarlo al aeropuerto. Park llama por el intercomunicador, pero nadie le responde. Decide esperar en el auto y, desde allí, poco antes de las 23, ve a un hombre negro – de alrededor de 1.80 de altura, corpulento, le dirá después a la policía – que camina por el parque hacia el garaje de la mansión. No es asunto suyo.
Diez minutos más tarde, vuelve a tocar el intercomunicador sin recibir respuesta, por lo que llama a la agencia y pode instrucciones. Le ordenan esperar hasta las 23.15. A esa hora vuelve a llamar y esta vez sí le responden. Por el aparato, O.J. le pide disculpas y le dice que se estaba bañando, que saldrá en diez minutos.
El chofer dirá después a la policía que Simpson salió agitado, con cuatro valijas – tres grandes y una más chica – y no deja que lo ayude a cargarlas. Durante el viaje, le pide que abra las ventanillas porque tiene calor, pese a que la noche está bastante fresca. Transpira. Llegan al aeropuerto con tiempo suficiente para que el ex futbolista aborde el vuelo que lo llevará a Chicago, donde tiene programada una serie de actividades publicitarias. Las cámaras de seguridad de los aeropuertos de Los Ángeles y de Chicago lo mostrarán llevando solamente tres valijas. La pequeña ha desaparecido.
En Chicago se aloja en el Hotel Plaza O’Hare, donde el recepcionista, al ser interrogado meses después, recordará que le pidió una curita.
Sospechoso de asesinato
La policía de Los Ángeles suele ser rápida y eficiente, pero cuando de molestar de noche a un famoso se trata, generalmente espera hasta la mañana. Por eso, recién a las 8 del 13 de junio, el jefe de Homicidios Keith Fuhrman ordenó a los detectives Tom Lange, Philip Vannatter, Ron Phillips y Mark Fuhrman a la mansión de Simpson con la misión de notificarle el asesinato de su ex esposa.
Llaman por el intercomunicador pero no reciben respuesta. Después de media hora de espera, el detective Fuhrman – aunque no tiene una orden de allanamiento – salta la pared y recorre el parque. Cerca del garaje encuentra el auto de Simpson y ve que tiene manchas de sangre en la puerta del conductor.
En ese momento, Kaelin sale medio dormido de la casa de huéspedes e, interrogado por Fuhrman, confirma que el auto es de su amigo. En una primera inspección de los alrededores, los detectives también encuentran un guante derecho Aris Isotoner extragrande que tiene manchas de sangre. No les cuesta sumar dos más dos para saber que es el compañero del que ha quedado en la escena del crimen.
Una hora después, las autoridades emiten una orden de captura para el ciudadano Orenthal James Simpson, sospechoso de haber cometido un doble asesinato.
El amante que no era
Con esas pruebas en su poder y una escena del crimen que puede interpretarse de muchas maneras, la policía elabora una primera hipótesis, que además tiene la ventaja de ser impactante y será reproducida hasta el cansancio por los medios de comunicación: por alguna razón, Simpson fue a visitar a su ex mujer, la encontró con Ronald “Ron” Goldman, su amante, y los mató.
Goldman – modelo y aspirante a actor, cinturón negro de karate y mozo de restaurante – terminó así convertido, sin otro indicio que su presencia en la casa de Nicole, en el vértice de un triángulo amoroso inexistente.
La noche del 12 de junio, alrededor de las 21, Nicole y su madre, Juditha Brown, ocuparon una mesa en el restaurante Mezzaluna Trattoria, en el 11750 San Vicente Boulevard, Los Ángeles. Eran clientes habituales, por lo cual, fueron atendidas con premura y saludadas por el gerente, con quien mantuvieron una breve conversación.
Aunque no le correspondió atenderlas, Ron Goldman también se acercó a saludarlas. Las conocía de otras noches, en las que, entre plato y plato del servicio, solía contarle a Nicole cómo le iban las cosas en sus pretensiones de llegar a triunfar en Hollywood.
Después de comer, madre e hija se retiraron alrededor de las 21.30. Nicole dejó a Juditha en su departamento y después se dirigió a su casa. Al rato recibió un llamado de su madre, que le dijo que no encontraba sus anteojos, que seguramente los había dejado olvidados en la trattoria.
Nicole llamó entonces a Mezzaluna y pidió que los buscaran. El gerente le respondió que estaban ahí, que los habían encontrado sobre la mesa. Nicole pidió que se los guardara, que los iría a buscar, pero Goldman se ofreció a llevárselos, un servicio que le costó la vida.
Nunca pudo establecerse con certeza si Goldman ya estaba en la casa de Nicole cuando Simpson llegó y los asesinó, o si llegó cuando el ex futbolista acababa de asesinar a su esposa y eso le costó la vida.
Una huida televisada
A pesar de tener orden de captura, cuando la policía lo encontró O.J. Simpson no terminó detenido, sino que les firmó autógrafos a los detectives. Para no dañar su imagen, los fiscales decidieron abordar la situación sin estridencias, acordando todos los pasos con los abogados del sospechoso.
Cinco días después del crimen, cuando ya era imposible evitar la detención debido a la cantidad de pruebas acumuladas, Simpson fue a la casa de uno de sus abogados – y también amigo íntimo – Robert Kardashian.
Se supo más tarde que, cuando su defensor le dijo que ya no podría esquivar que le pusieran las esposas, Simpson sacó un revólver Magnum 357 que llevaba encima y amenazó con pegarse un tiro en la cabeza allí mismo.
Kardashian contaría que finalmente convenció a O.J. que bajara el arma, pero en lugar de entregársela, la volvió a guardar y se subió a la camioneta Ford Bronco en la que había venido. Ahí tenía 8.000 dólares en efectivo, un pasaporte, y barba y bigotes postizos. Ya tenía previsto huir.
La persecución fue vista en vivo y en directo no solo en los Estados Unidos sino todo el mundo. El Ford Bronco llegó a tener hasta 20 coches policía detrás durante casi 2 horas. Para desilusión de los amantes de las películas de acción, fue tremendamente aburrida. En ese tiempo, Simpson manejó 80 kilómetros a una velocidad menor a 60 kilómetros por hora, dando vueltas sin rumbo fijo. Desde la transmisión de los helicópteros de las cadenas de televisión, parecía que los patrulleros lo siguieran como una guardia de honor.
Finalmente, estacionó frente a su casa y se quedó todavía 45 minutos dentro de la camioneta detenida allí. Recién entonces bajó y se entregó.
“El juicio del siglo”
Lo llamaron “el juicio del siglo”, pero en realidad fue un proceso escandaloso que terminó en impunidad.
O. J. Simpson fue defendido por un equipo de abogados, entre los que se encontraba su amigo Kardashian, que le costó 20 millones de dólares. La defensa se basó en que las acusaciones se debían a un accionar intencionado de la policía para inculparlo debido a que era afroamericano e, incluso, equiparó la situación de Simpson con la de Rodney King, un ciudadano negro al que la policía de Los Ángeles había dejado al borde de la muerte después de una brutal paliza tres años antes.
El argumento resultaba insólito para defender a un hombre que, además de no haber sido molestado nunca por su color de piel, solía definirse así: “No soy ni negro ni blanco, soy O. J.”.
La táctica funcionó, no tanto por la fuerza de sus argumentos sino por los errores de la propia fiscalía, que llamó a testificar al detective Fuhrman, el policía que había entrado en la casa de Simpson sin orden de allanamiento y había encontrado el guante ensangrentado. Demostraron que Fuhrman coleccionaba recuerdos militares nazis y que tenía antecedentes de conducta racista como policía.
La acusación terminó de venirse abajo cuando la fiscalía le pidió a Simpson que se pusiera los guantes y no le entraron. Eso solo, según la defensa, probaba que no era el asesino. Nadie tuvo en cuenta que, durante el año transcurrido desde el crimen, mientras estuvieron guardados como prueba, los guantes habían sido congelados y descongelados varias veces, lo que podría haber modificado su tamaño. Además, Simpson no se los probó directamente sobre la piel, sino sobre unos guantes finos de latex que engrosaron sus manos. Cuando lo hizo, el acusado levantó triunfalmente las manos para que lo tomaran las cámaras de televisión y los fotógrafos.
El 3 de octubre de 1995, el jurado se tomó apenas cuatro horas de deliberación para absolverlo.
Una tardía confesión
O. J. Simpson quedó en libertad, aunque en 2008 terminó entre rejas por un delito que había cometido años antes de las muertes de Nicole Brown y Ron Goldman: secuestro y robo a mano armada, cuando quiso recuperar por la fuerza una serie de trofeos y fotografías de sus tiempos como figura del deporte de manos de unos coleccionistas.
Poco después de que saliera en libertad, la cadena Fox emitió el programa especial “O.J. Simpson: The Lost Confession?”, donde, en una confesión supuestamente ficticia, Simpson relata los hechos de esa noche del 12 de junio de 1994, en la que lo acompañaba un cómplice imaginario, al que llamó Charlie.
En ese relato supuestamente falso, Simpson cuenta que llevaba un cuchillo en la camioneta, que en la casa encontró a Nicole y a Goldman escuchando música y rodeados de velas, y que por eso empezó a pelear con Nicole.
Y dice: “Recuerdo que agarré el cuchillo, recuerdo eso, que le saqué el cuchillo a Charlie y, para ser honesto, después de eso no recuerdo nada, excepto que estaba ahí y estaban pasando cosas. Vi sangre. Nunca vi tanta sangre en mi vida”.
Después de esa frase, Simpson hace una pausa y empieza a reírse. Y termina:
“Odio decirlo, pero esto es hipotético. Lo siento, pero tenemos que volver atrás otra vez. Es difícil hacer que la gente piense que soy un asesino”.