Estados Unidos.- Los rostros del mal son habituales en el cotidiano estadounidense de las matanzas. Daniel Lewis Lee, con sus tatuajes nazis visibles en su cuello, es una de esas representaciones diabólicas.
Lee, supremacista blanco, fue sentenciado hace veinte años a la pena de muerte por asesinar a William Muller, su esposa Nancy y su hija Sarah, de ocho años.
Él y su colega Chevie Kehoe, considerado el cabecilla, salieron a robar armas y dinero en Arkansas. A cada uno de los miembros de esa familia les metieron una bolsa de plástico en la cabeza, los cargaron de piedras y los arrojaron con vida a un pantano.
Si no hay un cambio de última hora, Lee será el 9 de diciembre el primer preso federal en ser ejecutado en dos décadas. El pasado julio, el fiscal general William Barr anunció que el Gobierno había decidido poner fin a la pausa de 16 años en el cadalso.
“El Departamento de Justicia defiende el imperio de la ley y les debemos a las víctimas y a sus familias sacar adelante las sentencias impuestas por nuestros tribunales”, subrayó Barr.
Earlene Branch Peterson, de 80 años, mujer conservadora, votante convencida de Donald Trump –le apoyó en el 2016 y piensa hacerlo en el 2020–, ha colgado un vídeo de seis minutos en el que pide clemencia para Lee al presidente de Estados Unidos. La señora Earlene es una de esas familiares a las que aludió Barr. Nancy era su hija y Sarah, su nieta. “Por favor, no ejecutéis a Daniel”, afirma. No está sola en esa petición. Su otra hija, Kimma Gurel y otra nieta, Monica Veillette, secundan su solicitud.
“Si, Daniel Lee dañó mi vida, pero no creo que quitándole la suya vaya a cambiar mi situación, soy incapaz de ver cómo ejecutando a Daniel Lee se honra a mi hija en ningún sentido. En realidad, es como si ensuciaran su nombre porque ella no querría eso y yo no lo quiero. Esa no es la forma en que debería ser, no la del Dios al que sirvo”, recalca.
Hay que precisar que no está por el perdón. Pero sí reclama que esa pena capital se conmute por cadena perpetua.
El asunto arranca de base. Mientras que a Kehoe, otro supremacista y verdadero cabeza mal pensante de las fechorías, se le condenó a pasar el resto de su vida entre rejas, a Lee se le impuso la sentencia definitiva, aunque el fiscal pidió la misma pena que a Kehoe. Pero el Departamento de Justicia revocó esa petición y el jurado envió a Lee al corredor de la muerte. Para la señora Lee fue un shock esa resolución.
“En el fondo de mi corazón sentí entonces que los dos merecían ser ejecutados”, reconoce ahora. Los consejos de su pastor y la lectura de la Biblia le llevó a la conclusión de que ninguno de los dos merecía ser ejecutado.
Su evolución resulta comparable a la de la sociedad estadounidense. Aunque todavía están algo por encima del 50% los partidarios de la pena de muerte, este porcentaje está en los niveles más bajos desde el pico de 1994.